lunes, 28 de marzo de 2011

In the flesh!

No sé muy bien por qué lo hice pero lo hice, no quería hacerlo. O tal vez sí, eran tantas las ganas de hacerlo que lo hice. Sin importarme el deber, aunque ése casi nunca me importa. Escribiré hasta las dieciocho, con este sol de las dieciséis y veintidós. Hay veces que no sé el porqué de lo que siento, porque sí, aún siento y más ahora.

Era tanto el enajenamiento, tanto el aislamiento, tantos muros a mi alrededor que en mí se levantó uno más grande, más fuerte que el de cualquiera y leí: “Que le ayuda a establecer prioridades”. Esa frase revolcó mi cabeza de una manera extraña y particular: ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué seguía ahí sí al final no quería? ¿Cuál era la prioridad?

Sea cómo sea lo que ahí me enseñaran lo podía aprehender solo, igual creo que no me importa, ni a nadie…..pero ¿por qué habría de importarle a alguien más?

Puede que sienta arrepentimiento –cosa que casi nunca siento, y que ahora es tan practicado por mí como dormir– pero igual soy muy seguro de lo que hago y por eso no regreso. Será quizás orgullo pero prefiero eso a traicionarme a mí mismo.

Cuando veo mi vida de antes no puedo reconocerme, entonces es cuando dudo que ese al que veo sea yo, lo aseguro y salgo del problema. Ahora siento lo mismo (no me reconozco) pero, esta vez, no puedo dudar que ese que veo sea yo. Es más no es que me vea ya que vivo en él, es más bien ver en él.

Es un plácido lugar sí se observa, está quieto y aunque hay mucho movimiento en el lado izquierdo siento que es insignificante en comparación con el que en mi mente hay, o en mi alma.

No me ha de culpar, cumplí su deseo, ella quería estar allí, ahí la dejé. No le importaba si yo, o alguna otra persona, estuviera ahí. Ella sólo quería estar allí. Ahí no hay problema, no puedo sentir culpa, todo encaja, no creo que en parte su petición “Por mí” me incluyese a mí. Era a ella, sólo a ella, para cumplir, para hacer lo que se supone debe.

Sufro cuando ella sufre, y sufro por mí. Son las dieciséis y treinta y ocho. Sufro por ella porque la quiero, en verdad la quiero como no creí –ni poder, de hecho– hacerlo. Y sin embargo la lastimo, o bueno, la hago lastimarse. Ella juega conmigo y me gusta, es entretenido –Son las dieciséis y cuarenta y uno– e interesante. De cierta forma confortable, molesto (a veces) y aun así confortable.

Escribo aquí, desde este lugar que el sol ilumina y no en mi casa porque allí tengo otra cosa que escribir, algo para el dos del mes quinto, algo que ansío escribir y creo que lo he de terminar el dos a la hora cero.

Ahí hay cosas buenas y malas de ella, pero ahora no escribo sobre ella sino sobre mí.

Hoy –como regularmente– quise decir mucho, tantas cosas feas como bonitas, tanto crueles como compasivas. Pero no dije nada. Fue aquí donde estuvimos esa vez, esa vez que me di cuenta que la quería más de lo normal, que no debía hacerlo, por su bien y por el mío.

Son las dieciséis y cuarenta y nueve. Ahora me arrepiento más por lo que no digo que por lo que digo; sin embargo debo reconocer que si lo dijera me arrepentiría más. Y entonces viene el colapso mental. Y entonces mi muro siente el suyo y crece, crece tanto que no sé quien se siente más mal.

Miro con aprensión el lado izquierdo, siento el sol quemándome el cuello, y no es que se haya ido el sentimiento, ni tampoco que se haya acabado la inspiración, es sólo que está sonando música mala y eso no me gusta. Son las dieciséis y cincuenta y cinco, principio de la página cuarta de mi agenda, escrita a mano y a lápiz… cuando casi nunca lo uso.

Veo borroso, me pesan, de hecho, los parpados y escribir me ha hecho bien. También pienso que está bien y que él, mi mejor amigo, ha de cuidarla y también está bien. Esto cada vez se parece más a una carta suicida, y aunque estoy seguro que se escriben ambas con el mismo sentimiento, no es una carta suicida.

Se me cayó el borrador (que me dio) y se me durmió la pierna, ahora el sol ilumina el lado derecho de mi rostro, ya son las diecisiete en punto.

Me siento un poco más tranquilo al escribir porque así puedo dilucidar qué me pasa y probablemente los cables se alineen, dejen a ese corto –que decidí tener– un poco más despejado. Para disfrutarlo más, para sentirlo más y mejor. Para sentirlo más cerca.

Sólo han pasado dos minutos, pero para mí ha sido mucho y aunque oiga música mala siento que todo va a estar bien y mejor. Ya una hora de haber abandonado ese sitio, media de estar aquí y cuán he progresado.

Yo hablo, saben, pero también me gusta escuchar; escucho porque así puedo conocer y entonces es mucho más interesante para mí. Me acorde que debo hacer un ejercicio, creo que después lo haré, pero porque quiero hacerlo. Ya se le acaba la punta a este lápiz y cometí la insensatez de no cargar sacapuntas. Pero es que casi nunca uso lápiz… bueno, será para la próxima.

Estoy algo preocupado ya que el proyecto que ya se inició sólo ha recaudado como quince personas y en su mayoría son traductores. ¿Dónde quedaron los editores de audio, y los actores? En fin, de eso me ocuparé en ‘semana santa’ ya que se trabaja mejor en esas fechas. Y el mismo Cristo es testigo de eso.

Bajó demasiado la intensidad de mi escritura, tenía mucho que decir. Bueno, bastaría sólo con decirlo, contarlo, pero entonces todo este caos (mis palabras) no sería un poco más duradero. Puede que tanto lo escuchado como lo leído sean posiblemente olvidados, pero la lectura en un poco más inolvidable. Ya son las diecisiete y dieciséis, puedo percibir el sonido de un helicóptero que sobre mí pasa.

Cómo estará la clase, me pregunto yo. Pido a Dios que no haya nada ‘importante’ porque en ésa nota es lo que me falta. Bueno, será tener fe.

Quiero a mi casa llegar, seguir trabajando en lo que estaba. Subirlo y dormir algo. También intentar hacer la babosada –¡Oh, qué palabra tan ella!– de medio ambiente. Pienso, si me gustase el medio ambiente no estaría estudiando lo que estudio, y aunque no es como acabar con él, sí es como despreciarle.

Me acordé de otra cosa: Hoy habían muchas moscas en mi casa, me pregunto el porqué. Será buena la dormilona, princesa es princesa, bobada es bobada, locura es locura, vileza es vileza; pero hay veces que las cosas son buenas aún siendo todo eso. Por ejemplo “Tienes un e-mail” es una película que vi una tarde almorzando y me gustó. Puede que sea tonta, romanticona, pero tiene algo que la hace ‘especial’.

Hoy llegué tarde a las catorce y media, bueno más diez minutos. Ella legó a las en punto aun cuando dijo que era a las y treinta. No puedo evitar sentirme mal por eso y pienso: ¿por qué ella es siempre la que me espera? ¿Por qué no es al contrario? ¿Por qué lo hace (esperarme)?

Ya está insufrible el lápiz, el sol está justo atrás de mí –no lo miro porque entonces no puedo seguir viendo, aunque quiera– y las manos me duelen ya. Son las diecisiete y media, es increíble cómo pasa el tiempo, cómo tenía dudas y ahora parecen haberse disipado. Si yo ya era loco, ella me pone peor, y lo mejor: no enloquece esa parte de mí que ya estaba loca, enloquece es esa que está –¿estaba?– cuerda.

Quiero que se me duerma la pierna, quiero sentir lo de aquella vez.

La vida es una idiotez, y más idiotas nosotros por vivirla, pero por una extraña razón, creo que aún puedo obtener más de ella. Es cierto que al final moriré y que –como de verdad deseo– desapareceré y conmigo todo lo mío y lo que fui, pero por el momento tiene sentido todo porque aún no estoy muerto, estoy vivo, puedo seguir buscando o descansar, sentir, pensar, ser consciente. Eso no lo cambio por nada.

Ya empezó de nuevo la pierna, por alguna extraña razón me están picando hormigas que quién sabe de dónde salieron. Y son las diecisiete y treinta y nueve.

Nunca me había gustado escribir a mano, en parte porque siempre que lo hice leían los demás mis escritos y se horrorizaban. Es mejor escribir por computador ya que es un poco más seguro –aunque en la internet lo ponga– y fácilmente corregible, y explicable. Creo que ya no me importa, el hecho es escribir. Supongo que se horrorizaban porque no hubo texto que terminara, y ya conocen cómo escribo.

No sé por qué razón siempre que vengo a estos lugares salgo picado por insectos. El sol se ha escondido, algunas lámparas del alumbrado público están brillando, pero aún es de día, son las diecisiete y cuarenta y nueve. Lo sentí, ya bajé la pierna. Pienso que le estoy dando por lo menos una buena utilidad a esta parte de mi agenda, sin embargo creo que no lo volveré a hacer, o por lo menos en un buen tiempo, creo no necesitarlo, o como ya dije, no tan pronto.

Pienso en la transcripción de esto. Espero hacerlo tal y cómo está, sin cambiar palabras –como siempre hago- porque siento que éstas son sagradas.

Me pican más, veo más borroso, está más obscuro, y en lo único que pienso es en esa clase, aún ruego para que no hayan sacado notas. En fin, sí lo hacen seré yo el responsable y creo que eso será suficiente. En ese momento mi prioridad era yo; ese maldito horóscopo tenía razón los parques son buenos. Pero no había podido estar en uno. Ayer con ella estuve en uno muy artificial, creo que es hora de reconocer que en verdad la naturaleza es hermosa.

Me pregunto si caminar o coger bus. Faltan sólo ocho minutos para las dieciocho. Esto casi llega a su fin, no sé cuántas páginas tiene, no sé cuántos párrafos tiene, ni cuántos de más tendrá, sólo sé que ya casi voy a dejar de escribir.

Ahora pienso que mi autocontrol, el mismo que era tan fuerte e impenetrable, se ha vuelto débil, tenue, y no sé si eso sea bueno o malo.

Más hormigas, ¿de dónde saldrán? Lo cierto es que ya casi, ya casi termino esto, ya casi estará esto en mi blog, mi espacio donde mis delirios dejo escapar. Y hablando de delirios, en verdad ha sido ella la única que ha soportado mi ritmo, y aún me quiere más loco. ¡Masoquista! O quizás también lo sea yo.

Ya esas cosas están sonando, esas que supuestamente agua llaman, ya se acabó todo, ya son las dieciocho.

Me pregunto cómo estará mi mamá, espero que esté bien. Se me olvidó entregarle hoy lo rojo ¡qué insensatez!

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